Interino elegido por un joven jefe al frente de la OSR

Música Clásica el miércoles en Ginebra.

El concierto del año de los amigos de la OSR reveló a Ana María Patiño-Osorio quien reemplaza a la directora invitada de manera inesperada. Era su primer gran concierto al frente de Orquesta de la Suisse Romande (OSR). Y ¡qué concierto!

Después de una discreta intervención para la juventud en diciembre, Ana María Patiño-Osorio reemplazó a Alondra para dirigir el gran concierto del año de los amigos Orquesta de la Suisse Romande. 

Un inmenso desafío para la colombiana que de lo alto de sus 27 años aseguró sin falla la cita más esperada del año de la Orquesta. Cascadas iluminadas de flores y un Victoria Hall ultra lleno, la joven directora asistente que asume desde hace poco una función nueva en la OSR se hubiera podido consternar. 

Ana Maria mantuvo el choque y el rumbo, con una serenidad y una naturalidad que nos alegran.

No obstante, el desafío era muy grande: tomar en el último minuto las partituras muy pesadas y dirigir a Mikhail Pletnev, el gran director, pianista y compositor ruso quien tiene suficiente como para intimidar a los más valientes. Su relación con los tempos, con los matices, con el estilo y con las partituras es famoso por ser muy personal. 

La reunión de dos temperamentos opuestos tanto en el plano de la cultura, como de la edad del género y de experiencia, trajo frutos inesperados en el concierto en sol de Ravel completamente inédito. 

Expresionismo sorprendente

La joven mujer con la larga cola de caballo que bailaba, se sitúa en la solidez, la energía, anclada en lo nítido y en lo estructurado. 

El hombre delgado y flemático evoluciona en la fluidez, el sueño, la apropiación libre de textos como texturas sonoras y la apertura sobre una forma de Inframundo, el resultado, el piano coqueteó con el eco y las resonancias, la percusividad digital se borró en beneficio de una rítmica orgánica, un expresionismo sorprendente surgió de la partitura llevada por una declamación generosa de los cantos y una técnica de una increíble flexibilidad. 

En cuanto a la poesía del tono y del toque, ella atrapó cada nota del segundo movimiento, suspendido en un baño melódico amniótico. Hubo espesos e impredecibilidad en éste juego rapsódico y una originalidad sonora reforzada por el piano Kawai del solista que va a todas partes con él y con la persona que lo afina. 

Éstas calidades notables, la directora debutante las rodea y las encuadra con una sabiduría, un respeto del texto y una finura de rasgos de bella madurez. 

Su gesto resulta instintivo y fiable como si estuviera habituada desde hace largo tiempo a los escenarios y si una emoción palpable a veces desestabiliza algunos pasajes, toda la actuación de Ana María Patiño-Osorio impresionó por su fuerza y su tranquilidad de ser. 

La Overtura Rousland y Ludmilla de Glinka, fue más brillante que ruidosa y las Candide de Berstein y American in Paris de Gershwin nos permitieron saborear la variedad de climas ligados con buen sentido y adecuación. Quedaba el concierto n.3 de Saint Säens cuya virtuosidad e intensidad no impresionaron para nada a Daniel Lozakovich, prodigio del arco de 22 años solamente. El sueco atrapó al público con su compromiso, su técnica y su amplitud para tocar. 

El Capricho 24 de Paganini que dió como bis terminó por conquistar al público con sus acrobacias y pirotecnia dominada sin dificultad aparente.

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